Las cerezas son pequeñas frutas de hueso redondas que se han valorado durante miles de años por su sabor dulce o ligeramente ácido. Pertenecen al género Prunus, al igual que las ciruelas, los albaricoques y los melocotones. Su cultivo se remonta a la antigüedad, con huesos de cereza hallados en asentamientos prehistóricos. Los romanos extendieron el cultivo de la cereza por Europa y así se hizo conocida en todo el mundo.
Existen dos tipos principales: cerezas dulces (Prunus avium) y cerezas ácidas (Prunus cerasus). Ambas tienen un lugar importante tanto en el consumo fresco como en la cocina: tartas, compotas, salsas y licores.
Cultivo del cerezo
Los cerezos crecen mejor en climas templados, con inviernos fríos y veranos cálidos. Prefieren suelos bien drenados, ricos en cal, y lugares soleados. Pueden alcanzar hasta 10 metros de altura, aunque existen variedades compactas para jardines pequeños.
Las flores del cerezo son blancas o rosadas y aparecen a principios de primavera. No solo son hermosas, sino esenciales para la formación del fruto. La polinización suele ocurrir mediante abejas. Después de la floración, las pequeñas frutas verdes maduran hasta convertirse en jugosas cerezas a principios del verano. La cosecha se realiza entre finales de mayo y principios de julio, según la variedad y la región.
En la cocina
Las cerezas son populares en platos dulces y salados. Las dulces se comen frescas o se usan en tartas, mermeladas y postres. Las ácidas, como las conocidas morello, se emplean en compotas, repostería y salsas para carnes de caza. También se suelen conservar o macerar en alcohol.
Usos comunes:
- Tarta de cerezas y clafoutis
- Compota o mermelada
- Salsa para caza, pato o solomillo de cerdo
- Cerezas confitadas o en almíbar
- Licor de cereza como el kirsch
Su versatilidad convierte a las cerezas en un ingrediente valioso. Ya sea frescas, en un postre o en conserva – siguen siendo una favorita del verano.